Recuerdas aquel verano cuándo
anduvimos por esos pueblos perdidos de la costa buscando la luz del mar. Tú
mirabas por el objetivo de la cámara intentando atrapar atardeceres mientras yo
me colocaba detrás, abrazándote, besándote la piel de los hombros y formando
esa extraña alineación que va más allá del espacio y el tiempo.
Estoy seguro que solo los
arquitectos de Stoneheige con su antigua mística estarían a la altura de
comprender semejante enigma imposible de explicar con palabras.
Parecía que nunca iba alcanzarnos
el otoño, que la luz, ganaría a todas las sombras posibles de este mundo y de
cualquier otro que se osase ponerse por delante de nosotros. Zeus, Ra o Shiva, solo
eran dioses impotentes ante lo nuestro.
Ilusos.
El amor es eterno mientras
dura.