domingo, 24 de febrero de 2008

7 a.m.

Acabo de llegar a esta vieja cabaña de madera y voy a preparar algo de café, ahí fuera hace un calor insoportable ya a esta hora y esas maquinas no paran en todo el día.
Es gracioso pero la primera vez que oí hablar de este sitio no pude imaginarlo así. Puesto de control me dijeron. Solo algunas herramientas, cajas de madera vacías y un hornillo. Esto es más parecido a un viejo desván, que otra cosa, pero en fin, ahora a mi me sirve de refugio por unos minutos para estar junto a ti, para sentir tu presencia antes de continuar el día.
Tengo una vieja taza de metal, de esas descascarilladas, heredada de quien quiera que fuese que estuvo aquí antes que yo, da igual, ahora ya se que en medio de este infierno de polvo rojizo no puede haber nada que no sea viejo, oxidado o golpeado por el paso del tiempo.

Tú en cambio, en tu parte del mundo acabaras ya de dormirte. La ventana entreabierta dejando pasar esa suave brisa que anuncia el otoño y la luz de los neones del River’s club colándose clandestinos, te costo acostumbrarte al principio y ya no puedes dormir sin ese parpadeo que tu dices te tranquiliza más cualquier cuento para dormir.
Aquí lo más parecido a un bar es la tienda de Nelson que hace las veces de casa y negocio para el y donde lo mismo puedo comprar una caja de cerillas que encontrarme al viejo tomando su café. Me quedo mirando como pone tres terrones de azúcar y me acuerdo del tuyo, solo y bien caliente y es que no se como puedes.
Me cuenta historias de otro tiempo, de su juventud, los bailes y del cortejo a las jóvenes de la zona. Hoy apenas ya queda nadie, la gloria pasada, arrugada por el paso de los años y la decadencia del negocio.
La poca gente de por aquí te habla siempre así, como si te conociesen de toda la vida, como si fueses su familia, tienen la tranquilidad de la personas mayores aunque no todos lo sean, resignada, forjada por el paso de los años, o quizás solo sea porque no les importe lo más mínimo el mundo que ahí fuera de este lugar. Te gustarían, imagino como te brillarían los ojos escuchándolos, como siempre haces cuando te cuentan algo que te ilusiona. No pararías de hablar con ellos durante horas.

Dentro de un rato, tras la ronda, tengo que pasar por las oficinas, otra parodia surrealista si quisiésemos entenderlas como unas oficinas normales y corrientes. Una caseta prefabricada con aire acondicionado en medio de la nada y el gerente leyendo libros inmensos para matar su aburrimiento. Los coge así, gordos, los únicos que dice no se acaba en un día. Yo me acuerdo de ti y de tu intento por leer “Guerra y Paz.” Lo que nos reímos esa temporada, como te desesperabas una y otra vez y lo seria que me decías que tú jamás habías dejado un libro a medias. Aún recuerdo como voló por la ventanilla en aquel viaje que hicimos a la playa. Ya sabes que cualquier día se te volverá a aparecer delante de la puerta, para pedirte cuentas de tan cruel abandono.
A mí, en cambio me siguen pudiendo los Sudokus. Si antes ya te servían para matarme a insultos por mi torpeza, tendrías que verme ahora, sin ti no paso de cuatro o cinco números, pero quiero que sepas que he pasado a los de dificultad media, por lo menos muero con estilo.

Echo de menos el mundo, pero aún sigo teniendo miedo. Supongo, que algún día tendré que volver, pero aquí es más fácil. No es que espere que todo pase sin más, porque ya se que el tiempo no lo curará. Es algo que esta ahí, algo con lo que tengo que vivir.
Lo tengo asumido, como una imperfección que me acompañará para siempre, el resto de mis días.
Aquí por lo menos ya no siento esa presión en el pecho que me bajaba hasta el estomago cada vez que me levantaba por las mañanas, además de todo eso que me rondaba la cabeza y me comía durante todo el día.
A lo mejor con todo esto solo me estoy engañando a mi mismo y solo estoy haciendo tiempo, esperando algo que se no va a llegar nunca, pero me es tan difícil hacerme a la idea que no puedo aceptarlo, además no se como empezar de nuevo, ni quiero. Sin ti, no quiero.