jueves, 27 de enero de 2011

La vida "por los pelos"

El gran Fellinni había crecido entre carromatos, fieras salvajes, personajes extravagantes y recorriendo más lugares de los que podía recordar. Por eso había asumido su vida en el circo como algo natural, acostumbrado a actuar cada noche ante cientos de rostros de desconocidos que le miraban maravillados y desarrollando toda una suerte de oficios que le habían llevado progresiva e inevitablemente hacia el trapecio, ese arte en el que lo inmediato, lo efímero se convierte en razón de ser y todo lo estable, futuro, predecible y seguro que puede haber en la vida van de un lado a otro de la pista volando a varios metros de altura del suelo y sin red. Nunca pretendió la gloria más allá de lo que ella misma le quiso a él y por eso cada noche, cada actuación unas cuantas acrobacias y volteos, que entre la profesión podían considerarse como simples, le bastaban para arrancar en su público el asombro y los aplausos necesarios para que le hicieran sentir que su trabajo estaba hecho. Sin embargo el riesgo estaba ahí y en su vida, en la única que conocía, nunca pensó en ello, (tampoco le hizo falta), hasta esa noche en la que sin saber bien porqué se lanzo ingenuo hacia el triple salto mortal. Instantes que se hicieron eternos con el vacío ante sus ojos más cerca de lo que nunca lo vio y finalmente el tacto salvador del asa de su trapecio en sus manos.
Una ovación como jamás había escuchado le acompañó en una sensación que recorría su cuerpo por primera vez en su vida, no sabía ni cómo ni porqué lo había hecho, pero si sabía que jamás volvería ha intentarlo. Solo en ese momento comprendió la paradoja de su vida, esa vida en la que para el resto de los mortales todo era “por los pelos”.